Lectura diaria de la Biblia

10 de abril 2022 – domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.

SEMANA SANTA

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Papa Francisco: Jesús es nuestro amigo, nuestro hermano. El que nos ilumina en nuestro camino. Y así lo hemos acogido hoy. Esta es la primera palabra que quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Sigamos a Jesús. Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que Él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar a este mundo nuestro. Y, por favor, no os dejéis robar la esperanza. He aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. El Domingo de Ramos es la jornada de la juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Un corazón joven, incluso a los setenta, ochenta años. Corazón joven. Con Cristo el corazón nunca envejece. Los jóvenes deben decir al mundo: Es bueno seguir a Jesús; es bueno el mensaje de Jesús; es buenos salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús. Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

PROCESIÓN

Lucas 19, 28-40: Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: Id a la aldea de enfrente: al entrar a ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, le diréis así: “El Señor lo necesita”. Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino?. Ellos dijeron: El Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él. Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios con grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Y respondiendo, dijo: Os digo, que si ellos callan, gritarán las piedras.

MISA DEL DÍA

Isaías 50, 4-7: El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayudaba, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo 21, 8-9.17-24: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Filipenses 2, 6-11: Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló así mismo hecho obediente hasta a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el “Nombre–sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Lucas 23, 1-49: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas.
Los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas, llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: Hemos encontrado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al Cesar, y diciendo que él es el Mesías Rey. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Él le responde: Tú lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Pero ellos insistían con más fuerza diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó por Galilea hasta llegar aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que le acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos vociferaron en masa: ¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabas. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo!. Por tercera vez les dijo: Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Pero ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que se la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezaran a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: A otros ha salvado; que se salve así mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también por encima de él un letrero: Éste es el rey de los judíos. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. Era ya como la hora sexta y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, espiró. El Centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

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