Lectura diaria de la Biblia

7 de abril 2019 – domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.

Papa Francisco: El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma es tan bonito que a mí me gusta mucho leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo de relieve el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Esa mujer “sorprendida en adulterio” se encuentra en el medio: entre Jesús y la multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia, la rabia de sus acusadores. En realidad, ellos no fueron al Maestro para pedirle su opinión –era gente mala-, sino para tenderle una trampa… El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una frente a la otra. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros cuando nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra miseria y pedir el perdón. Mujer, ¿dónde están?. Le dice Jesús. Y basta esta contestación, y su mirada llena de misericordia y llena de amor, para hacer sentir a esa persona –quizás por primera vez- que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar por una senda nueva. Esa mujer nos representa a todos nosotros, que somos pecadores, es decir adúlteros ante Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en la tierra, en el polvo del que está hecho cada ser humano (13-3-2016).

Isaías 43, 16-21: Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo; me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para para dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que yo he formado, para que proclamara mi alabanza.

Salmo 125, 1-6: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Filipenses 3, 8-14: Todo lo considero pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la que viene de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a Él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya conseguido, o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo, como yo he sido alcanzado por Cristo. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

Juan 8, 1-11: Jesús se retiró al monte de los olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?. Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más.

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