Lectura diaria de la Biblia
4 de Julio 2016 –Lunes. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.
Papa Francisco: Una persona importante, ante la enfermedad de la hija no tuvo vergüenza de tirarse a los pies de Jesús e implorarle: Mi niña está en las últimas, ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva. Al ser padre no piensa: arriesga, se lanza y pide. Había personas que gritaban fuerte porque era su trabajo: trabajaban así, llorando en las casas de los difuntos. Pero su llanto no era el llanto de un padre. Esto hace pensar en la primera cosa que decimos a Dios en el Credo: “Creo en Dios Padre”. Hace pensar en la paternidad de Dios. Dios es así con nosotros. Alguien podría observar: pero Padre, Dios no llora. ¡Cómo no! Recordemos a Jesús cuando lloraba contemplando Jerusalén: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas. Dios llora; Jesús lloró por nosotros. Y en ese llanto está la representación del llanto del Padre, que nos quiere a todos consigo en los momentos difíciles.
Mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá. Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: ¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, tomó a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Oseas 2, 16.17b-18.21-22; Salmo 144, 2-9 . Mateo 9, 18-26