Conceptos de fe
La fe no es patrimonio de nadie en particular.
La fe está al alcance de cualquiera, basta desearla Dios la da. No obstante la fe no es de todos, hay quienes rechazan la fe con todas sus fuerzas.
La fe para muchos sería un don del cielo, un regalo, para otros significaría poco menos que un castigo.
La fe compromete, la fe cambia los esquemas mentales, la fe cambia la manera de vivir, la fe es enamoramiento pero no ceguera, la fe despeja los caminos, disipa las dudas, desvanece los nubarrones, transforma en luz el sendero que conduce a la verdad, digo más, hace verdad el caminar hacia Dios (los ciegos ven, los sordos oyen, los tullidos andan, los angustiados recobran la esperanza, los enfermos recuperan la salud…)
La fe elimina las barreras que limitan al hombre, la fe mueve montañas porque la fe no se detiene.
La fe es el gozo permanente, la fe es el amar sin condiciones, la fe es ver a Dios hasta en una simple partícula de la Creación. Como no amar la vida desde el momento en que se engendra. Como no amar a la planta desde el momento en que germinó la semilla. Que riqueza inconmensurable albergaba la semilla que dio lugar a un árbol tan majestuoso. Que riqueza no tendrá esa porción de tierra existente en una maceta, que por medio del agua desaparece sirviendo de alimento a la planta, todo ya en la maceta son raíces, la tierra ha desaparecido, sólo queda la planta auto alimentándose de ella misma. Que misterio más grande la Creación y la vida que discurre por ella.
Si la fe da capacidad de amar, de perdonar, de comprender, de respetar, de proteger, de elegir el bien, de anhelar la justicia, la fe misma predispone a obrar con coherencia, a pensar con cordura, a no insultar, a no violentar, a no humillar, a no violar la intimidad de otros…
La fe es una elección, el que elige el bien recibe la fe como premio.
En este mundo, que gracias a Dios conocemos casi todos, existen dos fuerzas antagónicas muy activas y otra fuerza infinitamente mayor pero que permanece año tras año inerme, como aletargada, sin opinión, con posibilidad de ser absorbida por una o las dos fuerzas preponderantes. En esta fuerza intermedia, sus integrantes viven la vida sin pena ni gloria en cuestiones de fe, quizá en ella se encuentren los tibios, a los que hace referencia Jesús….
Las fuerzas del bien caminan jubilosas hacia la vida eterna, su amor al bien les hace reconocer a Jesús como el bien encarnado, les hace ver a Dios como fuente de todos sus gozos y alegrías, y atribuye al azar, a la casualidad, a la torpeza o a la ignorancia, ser victima de ciertas desdichas, de ciertos padecimientos. Nunca se le acusa a Dios de falta de amor, poder y responsabilidad hacia sus criaturas, que somos los seres humanos todos sin excepción, por que todos en lo básico somos iguales, todos sabemos algo del amor, todos amamos a nuestros amigos. ¿Por qué no hacer un esfuerzo y amar también a los que no son amigos? Otro pensamiento anida en aquellos que se consideran estar por encima del bien y del mal, consideran a los creyentes unos bobos e ignorantes, de los que hacen burla y se aprovechan cuando pueden. Estos que así piensan se gozan del mal ajeno, la fuerza creyente siente como propio el mal ajeno.
De todas maneras a los que abominan le fe y son dados a los abusos, excesos, pecados, y malas artes, y a todos los demás, que nadie estamos libre de ello, más nos valdría arrepentirnos, reconocer a Dios con poder para perdonar, y cambiar de hábitos.
Ante Dios todas las acciones y fechorías quedan al descubierto: las mentiras, los adulterios, los robos, el odio… Es el bien representado en Jesús y en todos los que en El confían los que pueden neutralizar esas conductas, convirtiendo incluso a los protagonistas. Es inútil correr riesgos de truncar nuestras aspiraciones en la carrera hacia la felicidad y la vida plena y eterna. Cien años no son nada, ni aun con privaciones cuando se espera gozar en la otra vida de todos nuestros anhelos. La enfermedad, los accidentes, y las catástrofes naturales, serían sólo contratiempos en nuestro caminar hacia la divinidad.
No nos hagamos más daño entre nosotros, aprovechemos este espacio corto de tiempo, para empezar a practicar el amor y el entendimiento.
Mucho mal no existiría si se pensase que todos los seres vivos son dignos del mayor de los respetos. Ningún ser vivo eligió nacer. Aquellos seres que llegaron a su plenitud, a su vejez, pasaron por mil y una vicisitudes y muchas no las eligieron. No hagamos más dura la existencia de los seres que pueblan la tierra.
Cada vez hay menos tierra, menos plantas y menos animales, pero más personas, protejamos a toda la Creación, empezando por lo más importante, los seres humanos nuestros hermanos, entre ellos los más débiles y enfermos, repartamos más de lo que tenemos, nadie ha elegido nacer, y no todos han tenido la suerte de nacer en una familia acomodada o en un entorno próspero. La fe debería hacer mucho en este sentido y cuantas más personas de fe hubiera más fácil sería la transformación del mundo. No lo olvidemos: El amor con mayúsculas está en Dios; la sabiduría está en Dios; el goza está en hacer el bien y en Dios la plenitud. Pidámosle fe y El nos la dará. Dios nos necesita para llevar a feliz término su obra.
Diego Caballero
A continuación veremos como a través de unas palabras sabias de Tomás queda de manifiesto la divinidad de Jesús. Por medio de los mismos testigos que consumaron los hechos la fe es más fácil.
Tomás uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Palpó y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído.
Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve.
Tomás confesó la divinidad del Señor al decir, ¡Señor mío y Dios mío!
Dichosos los que crean sin haber visto.
Respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten.
Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.
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