Lectura diaria de la Biblia
13 de Abril 2014 – Domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.
DOMINGO DE RAMOS
Mundo: Todo hombre puede unirse a los que piden tu muerte, o a los que te aclaman como hijo de David.
Fe: ¡Bendito el que viene en nombre del señor! ¿Seguirá aclamándote cuando hayan de elegir entre Barrabas y tú?
PROCESIÓN
Mateo 21, 1-11: Cuando se acercaba a Jerusalén y llegaron a Betfage, junto al monte de los olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”. Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!. Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: ¿Quién es éste?. La gente que venía con él decía: Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.
MISA
Isaías 50, 4-7: Mi señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a los insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal y sé que no quedaré avergonzado.
Sal 21, 8-9, 17-24: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.
Filipenses 2, 6-11: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble –en el cielo, en la tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre!.
Mateo 27, 11.15-17.20-54: PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO.
Jesus fue llevado ante Poncio Pilato, y el gobernador le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos?. Jesús respondió: Tú lo dices. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabas. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabas o a Jesús, a quien llaman el Mesías?. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?. Ellos dijeron: A Barrabas. Pilato les preguntó: ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?. Contestaron todos: Que lo crucifiquen. Pilato insistió: Pues, ¿Qué mal ha hecho?. Pero ellos gritaban más fuerte: ¡Que lo crucifiquen!. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!. Y el pueblo entero contestó: ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!. Entonces les soltó a Barrabas; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: ¡Salve, rey de los judíos!. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: la calavera), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: Este es Jesús, el rey de los judíos. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando al cabeza: “Tú que destruías el templo y lo reconstruías entres días, sálvate a ti mismo; “si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era hijo de Dios?. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el medio día hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: Elí, Elí, lamá sabaktaní. (Es decir: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: A Elías llama éste. Uno de ellos fue corriendo; enseguida, tomó una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el Espíritu. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: “Realmente éste era Hijo de Dios”.