A las madres
A ti, madre, a ti que quieres lo mejor para tus hijos.
A ti, que te desvelas noche tras noche, deseando que tu hijo (1) duerma.
A ti, que darías parte de tu vida por saber interpretar los continuos sollozos de tu hijo; cuando la incertidumbre te acongoja, por no saber el mal que le aqueja. Te preguntas una y mil veces, ¿qué le podrá ocurrir a mi hijo del alma para que no cese de llorar en toda la noche?
A ti, que vives en permanente angustia porque tu hijo devuelve todo lo que come.
A ti, cuando ves que pasan los meses, el primero y segundo año, y tu hijo no rompe a decir ¡mamá!.
A ti, cuando pasa un año y no ves mantenerse erguido a tu hijo, con el ardiente deseo de verlo dar sus primeros pasos solo. Cuantos intentos para animarle a que descubra el placer de andar y poder desplazarse a los diferentes lugares de la casa.
Por fin un día anda, comprende, habla algo, y llega el día de llevarlo a la guardería. Tu corazón se rompe ese primer día, cuando te vienes y él se queda mirándote, llorando e implorando con los brazos abiertos, en brazos de la señorita, con el deseo de abrazarte solo a ti y que tú le abraces a él, no comprende como le dejes tan triste, llorando, y en brazos de gente extraña.
Los meses pasan, los años también y un día te dice que quiere hacer la primera comunión, entonces te das cuenta de que no lo has bautizado, o que sí lo has bautizado. Y la pregunta viene ahora. Si esos desvelos, ese amor inmenso hacia él, esa protección permanente y defensa a ultranza, cuando alguien lo toca, aunque sea sin querer; por el contrario, ese henchirse el corazón de gozo, viendo que habla, crece, corre, comprende todo y te llama ¡mamá! cuando te abraza. ¿Has pensado alguna vez que ese noble sentimiento de madre, que nació contigo, te lo ha regalado Dios? ¿Le has trasmitido a tu hijo ese sentimiento que te supera, que no lo has creado tú, ni lo controlas tú, y que es algo que te viene dado de arriba? A veces, se piensa, que es la naturaleza quien lo da, y digo yo: naturaleza eres tú, y poco has hecho en la formación de tus sentidos, tus órganos internos, tus extremidades, y en cierto modo, por tus múltiples sentimientos ante múltiples situaciones. ¿Creas tú los sentimientos? ¿los controlas? Y la capacidad extraordinaria, casi milagrosa, de dar a luz una nueva vida, ¿es fruto de tu poder y deseo crearla fuera de ti?; vida que se parece a ti, a tu marido, a tu padre, a tu abuelo… ¿No te parece una bendición de Dios, el que tú puedas gozar y sufrir tanto a la vez por tu hijo? ¿No crees que merece un eterno agradecimiento al autor de la vida y al que tantas cosas debemos? Yo creo que hechos así merecen una reflexión profunda y una respuesta determinante.
–Agradeceré toda mi vida al Señor los hijos que me ha dado y trasmitiré mis sentimientos de gratitud hacia Dios a mis hijos, para que en ellos se despierte el interés por conocer a ese Dios bondadoso, que no se cansa de enseñarnos cosas para que la familia se mantenga unida, sea una piña, y para que los hijos nunca se olviden de los padres, de las noches en vela y el corazón en un puño hasta que volvían a altas horas de la noche, de madrugada, o casi de mañana; desvelos que no desaparecen hasta que esos hijos no crean su propia familia; es entonces cuando se relajan los padres un poco. No se trata de que tu hijo tenga un amigo más en Dios, se trata de reconocer al dador de la vida. En él está la decisión de que vivamos en plenitud o maldigamos nuestro abandono y rechazo. ¿Cómo se podrá olvidar esa parte tan importante en la educación de tus hijos, cómo no les enseñas el amor que Dios les tiene y lo que nos tiene preparado a todos? La Iglesia es la fuente por donde corren a raudales las enseñanzas de Dios y su santa voluntad.
Dios dice: honra a tu padre y a tu madre, y cuando no tengan fuerzas para moverse, que no le falte tu aliento y que sean las tuyas las que les lleven de un sitio a otro según su deseo o necesidad.
El niño irrumpe en un mundo de gigantes, donde hay mucha realidad y mucha fantasía; mucha mentira y mucha verdad, aunque una verdad absoluta envuelve al resto de verdades y tristemente, es la única verdad que se omite, la única verdad que avergüenza o ridiculiza contarla.
Abuelas, todavía estáis a tiempo de acercar a vuestros nietos a la Iglesia, a la Eucaristía.
Cristo les está esperando para bendecidlos y así poder seguir pensando que todo lo que hizo era bueno. No es la perfección o imperfección del hombre la que se revela contra su creador, sino la ambición y la envidia entre nosotros.
El niño fruto del milagro, aceptará con naturalidad la existencia de un Dios creador, que todo lo puede. No esperes a que sea mayor y que sea él el que os diga que venimos de las monas; que a lo que se siente agradecido es a la selva de África y a sus hermanos los monos, que siguen como el primer día de su creación saltando de rama en rama. Eso no deja de ser una humillación a la belleza e inteligencia de su madre, abuela, bisabuela… sus verdaderos antepasados. Esta anterior hipótesis de ser así, los que creen en ella, habían de hacerles a nuestros queridos amigos los monos, en Madrid y en las grandes ciudades de Europa, unos apartamentos entre árboles, para que vengan de vacaciones en verano y en Navidad, a la tierra de sus descendientes, haber si se les pega algo de nuestros avances y son ellos los que nos llevan a Marte, y crean una línea supersónica regular para poder ir y volver en el día y a las diez de la noche en casa.
Bajemos de las ramas y pisemos tierra firme, muchas culturas y civilizaciones han aparecido y desaparecido en la tierra para nunca más volver, la era cristiana, o si queremos judeo-cristiana, lleva miles de años y se conserva como una rosa, y cuando vengan de Las Américas a evangelizarnos de nuevo, se pondrá mejor todavía. Dios, su Hijo Jesús, y su Espíritu Santo, no permitirá que su Iglesia haga aguas y de la misma forma que en el origen separó la tierra de las aguas, separará el trigo de la cizaña, la verdad de la mentira y el bien del mal, y como en otras ocasiones, cada uno estará en el bando que haya escogido. ¡Sálvese quien pueda! Y nunca mejor dicho.
DC
21-10-13
(1) Aunque digo hijo la oración se refiere tanto a hijos como a hijas.