Lectura diaria de la Biblia
24 de Marzo 2013 – Domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.
Mundo: Tras los vítores de unos al Hijo de David, el juicio injusto y la condena a muerte: ¡Crucifícalo! Cristo muere para el bien y la vida de unos y otros.
Fe: La muchedumbre aclama a Jesús como Rey y Señor. ¿Serán consecuentes ante Pilato el Viernes Santo?
PROCESIÓN
Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: “¿Por qué lo desatáis?”, contestadle: “El Señor lo necesita”. Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: ¿Por qué desatáis el borrico?. Ellos contestaron: El Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. El replicó: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras. Lucas 19, 28-40
MISA DEL DÍA
Is 50, 4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Sal 21, 8-9.17-24: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?.
Flp 2, 6-11: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el Nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble –en el cielo, en la tierra, en el abismo-, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Lucas 23, 1-49: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas.
El senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al Cesar, y diciendo que él es el Mesías Rey. Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de lo judíos? Él le contestó: Tú lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido. Ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: ¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabas. (a éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio). Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo!. Él les dijo por tercera vez: Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que se la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezaran a decirles a los montes: “Desplomaos sobre nosotros” y a las colinas: “Sepultadnos”; porque si a sí tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: A otros ha salvado; que se salve así mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea. Éste es el rey de los judíos. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso. Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, espiró. El Centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: realmente este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.