Carta al Hermano Africano, año 1998

S.O.S.    Zaire – Ruanda

Carta al Hermano Africano: Hoy de Zaire, Ruanda y Burundi. Ayer de Tanzania y Etiopía.

 

¿Quien ahoga tu voz que no clama a Occidente (granero de abundancia) para pedir justicia?
¿Quien es responsable de vuestro abandono y desolación?
¿Quien derrama vuestra sangre y extingue vuestras vidas?
¿Quien permite que viváis en la más absoluta indigencia?
¿Quien consiente vuestra amargura y vuestra hambruna, causa de desespero y de muerte? Y cuando digo hambre, no me refiero a esa sensación u hormigueo que se experimenta cuando un día  no tomas el bocadillo  o no tienes que cenar una noche, pero sí para desayunar al día siguiente. Esto es otra cosa. Distinto es apenas haber comido en veinte días y no saber si mañana por fin comerás algo. Sinceramente no se que sería mejor en ese estado, morirse o seguir viviendo. Pensemos en los niños, en los ancianos, en los enfermos, que forman también parte de la tragedia, siendo los más afectados.
¿Quien provoca tu deambular incierto a merced de la providencia?
¿Quién permite  ese desgarro mudo, esa muerte lenta de los más débiles, ese robaros la vida antes de tiempo?
¿Quién descarga su ira y su brazo sobre hermanos misioneros, que viven o, más bien, se desviven por vosotros? ¿Adonde reside su amor, principio fundamental de la convivencia pacífica?
¿Quién tendrá que rendir cuentas de tu sufrimiento, tu dolor, tu ausencia de ilusión, de tu mirada perdida, de tu alma vagante, de tu letargo mental (aunque  transitorio) todo ello provocado por acción u omisión de instituciones, personas civiles o militares, que, con solo mover un dedo, algunos podían cambiar el curso de tanta desdicha?
¿Quien curará esas heridas de muerte en vida que no te dejarán vivir?
¿Quien quitará de tu mente esas imágenes y sentimiento de horror, de ver el daño en tu propia carne, la de tu familia, la de tu pueblo, quien evitará que te acompañen y te atormenten de por vida?
¿De que pasta hay que estar hecho para no gritar al mundo, a ese posible hermano que aun puede escuchar aunque sea en otro continente, a ese hermano que aun es sensible al dolor ajeno? Todavía quedan  muchas personas de buen corazón. Pero seguramente otras necesiten oír vuestros gritos aterradores de muerte y ver vuestras convulsiones agónicas, antes de decir ¡basta! Quizá sea esto lo que nos queda por oír para sacarnos de nuestro adormecimiento, fruto de nuestro confort.
Son tan frecuentes en vuestra tierra, estos conflictos, que nos estáis acostumbrando a vuestra muerte. Quizá la lejanía juegue un papel a favor. De cualquier manera es tan inhumana esa situación que estáis viviendo, que no lo entiendo. Y cuando os vemos morir, impotentes, sin alzar la voz contra vuestro opresor, contra vuestro verdugo, sin revelaros, sin quejaros… Se nos cae el alma por los suelos.
¿Hasta cuando las clases acomodadas, los países ricos, los gobiernos del mundo que se llaman justos y demócratas, van a seguir consintiendo esta muerte indigna de hermanos pobres, sin culpa? Si su único delito es haber nacido negro y pobre. ¿Por qué les condenamos a muerte  pasando por este calvario?
¿Hasta cuando tiene que durar esto? ¿Cuantas tragedias más han de suceder  en el mundo, para que hagamos uso de nuestra incipiente solidaridad?
¿Hasta cuando vamos a permanecer callados, sin exigir a nuestros respectivos gobiernos, su colaboración con las ONGs, para sacar de la miseria a estos pueblos?
No se me va de la cabeza… No me resigno a aceptar la suerte de ese millón de refugiados en Zaire que retornan a Ruanda. Que lejos está nuestro pensar y vivir del de esos pobres infelices. Hoy en España un domingo más. Cuando en Ruanda podía suceder lo peor, aquí en Madrid desayunábamos tranquilamente y después a por el periódico, como es normal; tomar unas cañas con los amigotes y comentar, como no, con quien juega el Atleti; que el Madrid ganó ayer al Deport, aunque fue por los pelos; y que el Ronaldo de marras metió  un gol de antología, etc., etc., etc., y si acaso alguno o alguna del grupo comenta tímidamente las imágenes del Zaire, diciendo. ¡Qué pena lo que está pasando en África! He tenido que apagar la tele; no podía soportar tanto dolor en la cara de esas pobres gentes; no puedo evitarlo, lloro muchísimo y no puedo verlo. Y así un día  y otro día, un año y otro año y, dentro de un siglo, seguirá habiendo las mismas desigualdades en el mundo, si no se pone remedio. Y no cuento más, porque cada uno sabe como se pasa el domingo en Madrid y en general en España. Pero ahora con un poquito de imaginación nos vamos a trasladar al lugar del inminente genocidio, al campo de refugiados de Ruanda, con trescientas mil almas y otras tantas deambulando por carreteras de tierra y caminos de barro, con el atillo en la cabeza y los pocos enseres que han podido rescatar antes de salir, huyendo de una muerte, que intuían segura, hacia una muerte incierta. Otros en las tiendas provisionales, instaladas ya, pero con todas las carencias del mundo, eso si, muy cerquita unos de otros, hacinados como las abejas, pero sin la organización de estas. Sin esa agua caliente que nosotros derrochamos tanto en bañera como en  el lavabo. En muchos casos sin agua fría ni para cubrir las necesidades m‡s perentorias. Por no tener no tienen ni  quienes les entierren, ni donde hacer sus necesidades; para ello, unos recorren kilómetros y otros lo hacen detrás de la tienda o sea delante de la tienda que tienen detrás. El mal olor no les molesta, porque como todo huele tan mal, un poco más ya no se nota.
Los niños se ven con la barriga hinchada por el hambre que están pasando, los padres tienen seco el lagrimal, ya no tienen más lágrimas; los ancianos más débiles se van muriendo en el camino y, de vez en cuando,  una avioneta  bombardea un campamento. Me pregunto. ¿Se puede contemplar más horror?
Que situaciones sociales más distintas. Unos (ellos) con la enfermedad  y la muerte en los talones; otros (nosotros) tirando toneladas de alimento a la basura.
Creo que estas pinceladas, rojas de sangre  o negras de muerte (elige lo que quieras) nos ayudarán a tomar un poquito  más de conciencia de nuestra posición.  Si no estoy con el pueblo africano, estoy en contra de él. Si estoy con él, como diríamos muchos, pregunto: ¿Qué vamos a hacer urgentemente para sacar del infierno a esas gentes?
Si pensamos actuar, hagámoslo pronto; esta  semana es decisiva. Si no lo hacemos, pueden pesar sobre nuestras conciencias los miles de muertos que habrá.
¿Qué pensaríamos, si esta situación fuera a la inversa?
¿Como recibiríamos cualquier tipo de ayuda? Nuestro agradecimiento seria eterno, ¿verdad?
Así nos lo agradecerían ellos lo poco o mucho que hagamos.
Sobran las palabras…
Desde aquí mi más profunda gratitud a las ONGs que, de no ser por ellas, la tragedia sería impredecible. Gracias de nuevo.

Diego Caballero 1998 Fuenlabrada Madrid

 

Hoy, a los trece años, en Somalia (África) siguen pasando hambre, tanta o más que entonces.

Los comentarios están cerrados