¿Por qué somos así? ¿Por qué reaccionamos como lo hacemos?
Nuestro modo de actuar o de reaccionar, según cada caso, obedece a nuestra formación cultural, a los conocimientos adquiridos en toda nuestra vida y por qué no a nuestros instintos, a lo que ya traemos impreso en nuestros genes (ADN).
Aunque somos libres para actuar o reaccionar, no lo somos en cuanto a como hacerlo, siempre estamos condicionados a nuestra cultura, digamos, a ese cúmulo de conocimientos adquiridos en nuestra vida, como pueden ser: lo que aprendimos de pequeños en casa, en la calle, oímos por radio, vimos en TV… Todas nuestras vivencias son lo que conformaron nuestra personalidad y en cierto modo nuestro carácter. Los pensamientos y sueños, también emergen en función de ese cúmulo de experiencias vividas desde que nacimos hasta hoy.
Una persona es lo más complejo que puede existir. Deja que su vida en apariencia sea sencilla o rutinaria, pero la lucha en su interior es constante. Casi siempre está pensando algo distinto a lo que está haciendo y muchas veces ese pensamiento es contrario incluso a lo que se está haciendo. Cosa extraña, la vida va por un lado y los sentimientos por otro. El fluir de ideas y pensamientos no cesa en ninguna hora del día.
¿Por qué esta incesante inquietud? Aquí distinguimos dos aspectos: una actuación serena y coherente, aparente o real (lo que estamos haciendo) y un pensamiento disconforme e insaciable, también aventurero… que va recordando, criticando, o buscando objetivos, metas, placeres… El pensamiento, al ser gratis, lo utilizamos para bucear en todo lo almacenado en nuestra mente, esperando encontrar respuestas a todos nuestros interrogantes. Aún pensando en un mundo imaginario los datos para conformar esta ilusión tendríamos que cogerlos de la mente. Lo que estamos haciendo, físicamente, obedece a un compromiso, pero los pensamientos, como digo, van por otros derroteros, a veces por los Cerros de Úbeda, como se dice: todo según nuestra cultura, los instintos, las necesidades fisiológicas o el efecto sugerente de lo que tenemos ante nuestros ojos. Casi siempre estas imágenes o sonidos ejercen una influencia extraordinaria en nosotros. Qué vemos bostezar, nos entra gana de bostezar; qué oímos el chorro de agua saliendo del grifo, nos entra ganas de orinar; qué vemos hacer el amor, se nos despierta la lívido; si estamos viendo una película, también tomamos partido por uno u otro contendiente, siempre hay un bueno y un malo, no por ello tiene que coincidir nuestra apreciación con los que están a nuestro lado; lo mismo sucede cuando vemos un coloquio en TV, unos contertulios son de nuestro agrado y de otros pensamos que no saben lo que dicen, cuando para otros televidentes, dichas apreciaciones, cambian radicalmente. Si somos diez cada uno tiene una opinión. Si nó recordar cuando vamos a una cafetería tres o cuatro matrimonios, cada una de las seis u ocho personas piden una bebida distinta. Pueden haber que coincidan dos pero es bastante raro. Y así en un montón de circunstancias.
En un hombre su reacción puede ser imprevisible, es lo más parecido a un cajón de sastre. Todo se mueve en nuestro interior (mente cuerpo) a velocidades de vértigo (eres más rápido que un pensamiento) y sólo con el pasar de los años vamos metiendo (generando) cordura y ralentizando el ritmo en el pensar. Y tiene su sentido. De jóvenes somos una esponja: todo lo queremos saber; más adelante viene la fase de la ambición: mejor trabajo, mejor coche, mejor casa, mejor ropa… De mayor ya nos conformamos con menos. Y en cuanto a las contradicciones de nuestra mente es natural. Todo lo vivido, todo lo pensado, todo lo visto, todo lo oído y todas las apetencias de la carne por
instinto natural, quieren hacerse presentes en muchos momentos de nuestra vida, máxime si todo esto lo tenemos desordenado por falta de dar prioridad a ciertos valores, planificando de este modo con más acierto nuestra existencia.
La disconformidad o descontento es una constante en nuestra vida. Nos gustaría que todo fuese distinto a como es: el gobierno, la sociedad, nuestro trabajo, nuestro jefe, nuestros compañeros; si no tenemos hijos quisiéramos tenerlos, si no tenemos pareja también, si la tenemos quisiéramos que fuese diferente; nuestros hijos que fuesen diferentes. Nuestra casa, nuestro coche, nuestro sueldo, también quisiéramos que fuera diferente. El joven quiere ser mayor, el mayor quiere ser joven. El flaco quiere ser más gordo, el gordo quiere ser más flaco; el pobre quiere ser rico y el rico quiere ser más rico. Casi nadie está contento con lo que le ha deparado la vida. Esa insatisfacción permanente nos hace infelices. Y no digamos de nuestras rencillas con familiares, con vecinos, con compañeros de trabajo. Esto en muchos casos nos lleva a la depresión. Otra cosa que altera nuestra vida, son nuestros diferentes estados de ánimo. ¡Qué serán esos bajos estados de ánimo, que nos hacen sentirnos desgraciados y hacen que todo a nuestro alrededor se transforme en gris y pierda todo nuestro interés!. Es lo más parecido a cuando nos mareamos y nuestra identidad se desvanece. No somos nada. Incluso perdemos la conciencia y la necesidad de ayuda. Cuando estamos bajos de ánimo creemos que nadie puede sernos útil. Sólo cuando empezamos a recuperarnos aceptamos voluntariamente la ayuda que nos ofrecen, sólo entonces somos conscientes de la necesidad de ayuda.
Toda esta serie de frustraciones, ambiciones e insatisfacciones que padecemos, cuando tienen un claro origen, una causa reconocida, también tienen un tratamiento sencillo y eficaz: ordenando nuestras prioridades pueden ayudar en nuestro estado emocional.
Hay algo que ofrece más dificultad si queremos encontrar una rápida solución, sobre todo en los casos de rencillas o enemistades personales varias. En estos casos, la única medicina es el perdón y el único antídoto la aceptación del otro con sus faltas, sus defectos y sus errores. Nosotros también somos imperfectos y nos gustaría que nos aceptasen como somos. A veces el perdón brilla por su ausencia en espera del resarcimiento por el daño. Yo pregunto ¿no regalamos en ocasiones cosas de valor? ¿Por qué ese resarcimiento que esperamos no lo regalamos? El perdón trae paz y armonía al que lo da. El equilibrio vuelve cuando se restablece la reconciliación.
Volvamos al bajo estado de ánimo: cuando nos levantamos y no nos apetece nada; cuando no sabemos que hacer y nuestro humor es de perros ¿por qué vamos a permitir que un mal sueño o una atmósfera tormentosa arruine nuestro día? No lo consintamos. ¿Qué hemos de hacer en estos casos? Lo primero, es saber que ese estado es pasajero. Lo segundo asearte aunque lo hagas de forma autómata; y seguir así con todos los quehaceres. En la mayoría de los casos, con esta práctica vuelve a restablecerse nuestro estado normal y la vida vuelve a tener sentido para nosotros; nuestra felicidad, nuestra alegría, nuestro carácter en suma vuelve a ser todo normal. Los pensamientos habituales empiezan a fluir y volvemos a ser los mismos de siempre.
No obstante podemos reforzar dicho método si previamente hemos establecido nuestro orden de prioridades y llegados estos momentos de abatimiento, ponemos en nuestro pensamiento lo que da mayor sentido a nuestra vida: nuestro logro más importante, nuestro mejor descubrimiento… Por muchos problemas que traiga la vida, no está libre de soluciones. Lo último es preocuparse. Si hay solución buscarla y si no la hay ¿para que preocuparse? No adelantaríamos nada.
Y si ves que un día este bullir de ideas o de malos recuerdos no te dejan vivir en paz; si te sientes infeliz y no consigues encontrar tu camino, o peor aún, si hay sombras de muerte que bloquean tus pasos, pero todavía te queda un poquito de esperanza porque crees que la verdad existe en algún lugar del mundo, piensa que siempre hay solución, aunque tenga que bajar del cielo. Jesús ha bajado del cielo con soluciones para nuestra vida. Jesús es el único que sacia nuestros anhelos y trae luz a la noche de nuestro desconcierto o de nuestras iniquidades*. Recordemos que Jesús es camino, verdad y vida. En Jesús encontramos el consuelo a nuestros remordimientos. Jesús nos ama y nos invita a vivir eternamente. No nos pide nada a cambio, sólo que sepamos que él nos ama y que ha muerto para quitarnos la amargura y el peso de nuestros errores y nuestras malas acciones.
* Dios es el único bueno. Nosotros, las personas humanas, somos malos por naturaleza.
Diego Caballero
17-06-11