3 de febrero 2019 – domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.
Papa Francisco: El relato evangélico de hoy nos conduce de nuevo, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y lo conocían todos. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. Los conciudadanos de Jesús, en un primer momento sorprendidos y admirados, comienzan después a poner cara larga, a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué este que pretende ser el consagrado del Señor, no repite aquí los prodigios y milagros que ha realizado en Cafarnaún? Ellos se levantan indignados, expulsan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo desde un precipicio. Este relato saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto –todos nosotros estamos expuestos- y de la cual es necesario tomar decididamente distancia. ¿Y cuál es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a negociar con Dios buscando el propio interés. En cambio, en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa por cada una de sus criaturas, también de las más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana puede constituirse en motivo de exclusión del corazón del Padre. Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. El hoy, proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad (31-1-2016).
Jeremías 1, 4-5.17-19: En los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra: Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré; te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos, prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte -oráculo del Señor-.
Salmo 70, 1-6.15.17: Mi boca contará tu salvación, Señor.
1Corintios 12, 31-13, 13: Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablaran las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume ni se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; más, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado, entonces conoceré como he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Lucas 4, 21-30: Jesús comenzó a decir en la sinagoga: Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es éste el hijo de José? Pero Jesús les dijo: Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí en tu pueblo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que en Naamán, el sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.