16 de Junio 2013 – Domingo. Leed la Biblia, es la mejor forma de conocer a Dios y al hombre.
Mundo: Cristo no se avergüenza de entrar en casa de los fariseos, ni de que le toque una pecadora: ha venido a salvar a los pecadores.
Fe: Jesús perdona pecados a quien tiene fe, pero suele añadir: Vete y no peques más. Tu fe te ha salvado, vete en paz.
2Sam 12, 7-10.13: Dijo Natán a David: Así dice el señor Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saul, te entregué a la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y por si fuera poco pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías el hitita y te quedaste con su mujer. Pues, bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías. David respondió a Natán: He pecado contra el Señor. Y Natán le dijo: Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás.
Sal 31, 1-2.5.7.11: Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Gal 2, 16.19-21: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso hemos creído en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.
Lucas 7, 36-8,3: Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Él respondió: Dímelo, Maestro. Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?. Simón contestó: Supongo que aquel a quién le perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado rectamente. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por esto te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?. Pero Jesús dijo a la mujer: tu fe te ha salvado, vete en paz. Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.