8 de junio 2008 – domingo
Os 6, 3-6: Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. ¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra misericordia es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de profetas, os condené con las palabras de mi boca. Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.
Sal 49, 1. 8. 12-15: Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios.
Rm 4, 18-25: Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe por la gloria dada a Dios al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le fue computado como justicia. Y no sólo por él está escrito: le fue computado, sino también por nosotros a quien se computará si creemos que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
MATEO 9, 9-13: Vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió. Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.